5.7.14

preocu qué? cuan? dón?

Cantaba Pedro Guerra y le hacíamos las coros el resto, que la lluvia nunca vuelve hacia arriba. Que caía, rebotaba si acaso y lo más grave que podía pasar era que nos salpicase los tobillos. Y con 20 años, tener los tobillos mojados no entraba en ningún concepto de gravedad conocido.
La gravedad aumenta con el paso del tiempo.

Nacemos con un inmenso déficit en preocupaciones que llega a cero el día en que te das cuenta que no eres capaz de solucionar un problema por ti mismo. A partir de ahí, el cajón de tu cerebro donde guardas el nivel de gravedad de las cosas se abre con más asiduidad ; para poder catalogar, de forma rápida y fácil, la preocupación con la que has de afrontar los problemas.

Y así crecemos rodeándonos de maneras para borrar preocupaciones. Unas se ofrecen en forma de paraísos eterno-terrenales a cambio de fe. Otras se ponen el traje de lógicas y te piden adoptar el pragmatismo como mandamiento único, eliminando los sueños del menú del día.  Las hay que niegan la mayor, la menor, la del medio e incluso hay quien se despreocupa poniéndose de rodillas en Magaluf y aceptando copas a cambio de lametazos.

Preocuparse se pone de moda cada mañana si no eres capaz de vacunarte,  de cavar a tu alrededor zanjas en las que puedan caer las amenazas antes de llegar, a tus ojos primero, a tu cerebro de paso intermedio y a tu corazón por fin; para estallar y reventarlo.

        Pico y pala pues para empezar a profundizar. Nada de tiritas pa' un corazón partío mientras ves tu propio rastro de sangre al caminar.